Una encuesta reciente confirma lo que hemos comprobado empíricamente: el teléfono móvil crea dependencia. Según un estudio realizado en España por la empresa CPP, el 75% de los usuarios que tienen celulares se consideran adictos a este aparato. O sea, tres de cada cuatro españoles no puede vivir sin él.
La encuesta también revela que pasamos hablando un año de nuestras vidas laborales y que las mujeres aventajan a los hombres por casi dos meses más de conversaciones. Un dato que contradice un reciente estudio que echaba por tierra la vieja teoría de que las féminas hablamos bastante más que el sexo opuesto. Como era de esperar, las parejas son los interlocutores que más charlan. Un 25% de los encuestados confiesa responder sus llamadas mientras está en el baño y uno de cada cinco cuando está en la ducha. Un 3% reconoce haber contestado el móvil en pleno fragor sexual. Se trata de la renuncia a la intimidad a cambio de ser parte de la aldea global con horario de 7 Eleven.
Lo cierto es que los móviles son cada vez más sofisticados y disponen de más funciones. Para los que viven enganchados el paroxismo ha venido de la mano del I Phone, un invento que tiene internet, una mini pantalla y acceso a todos los vídeos imaginables. Ya no hay que andar a cuestas con el laptop para entrar a YouTube o estar permanentemente conectado al mundo y sus noticias como si de un suero a la vena se tratara. Modernísimos teléfonos móviles en los que día y noche entran mensajes de la empresa aunque uno se halle perdido en el Amazonas o en plena luna de miel en Bora Bora.
Reconozco que en un principio usé el móvil con una frívola ligereza que sólo desapareció al comprobar las primeras facturas exorbitantes. Además, acabé por fatigarme de tantas llamadas a cualquier hora y en cualquier lugar. La extraña sensación de que uno siempre está localizable resulta incómoda y terminé por añorar el teléfono fijo de toda la vida. Incrustado en la pared de la cocina o arrinconado sobre una mesa auxiliar.
Es evidente que, a diferencia de mis hijas, que dominan el arte del mensaje de texto a unas velocidades irreales, me he quedado muy atrás en la imparable carrera tecnológica. Mi móvil ya tiene más de cuatro años y los símbolos de las teclas se han borrado con el uso y el tiempo. La mayoría de las veces cuando suena no contesto, pues estoy arriesgando la vida en la carretera o procurando desconectarme de una intensa jornada laboral. Cada vez me sorprende más el apego de esta juventud al vaivén constante de mensajes escritos en unas frases construidas con jeroglíficos, precisamente con la intención de que los mayores vivamos en la total oscuridad. Incapaces de descifrar el lenguaje secreto de los adolescentes.
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