El día que Teresa García, publicista de 24 años de edad, olvidó su celular, sintió que su mundo se derrumbaba:
“Emilio, un compañero de la universidad, y yo íbamos a salir con otros compañeros. Pasó por mí, y después de cinco minutos descubrí que no traía el teléfono. Mi amigo no quiso regresar por el aparato y la angustia se instaló en mí.
“Cuando llegamos a la reunión me sentí incómoda, aunque pasada la noche se me olvidó que no llevaba con qué comunicarme, pero cuando regresé a mi casa, lo primero que busqué fue el celular, pero nadie me había llamado y tampoco tenía mensajes.
“En ese momento, sentí un alivio porque no lo necesité, y descubrí que la zozobra surgió porque el celular ya es parte de uno.”
Esta historia es una de las miles que ocurren a diario, y que va más allá de una situación chusca, cuando se descubre que mientras se pasa una jornada intranquila, sin el teléfono móvil, no hay llamadas perdidas ni mensajes por responder. Pero los sentimientos ante esta pérdida tienen una explicación sicológica.
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sábado, 4 de octubre de 2008
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